Las auténticas ñáñaras del Tercer Mundo*

Así sin más, sacó un billete de 1000 pesos, de esos, de los recién desempolvados de las bodegas del Banco de México. —Pero si sólo me debe 120 pesitos del mezcal compadre—, le dijo Don Serafino. Pero el presumido de Santiago Niebla quería mostrarle al universo entero del barrio de San Andrés de los Volcanes que él sí tenía en su poder uno de estos.
—Qué quiere mi Serafino, yo voy al día con la economía del país. Y ora que nos estrenamos pus yo ya nomás manejo de estos.
—Pos ni modo mi Santiago, aquí le dejo encargado el changarro y voy a ver quién me cambia el billete...
Tres horas más tarde, Santiago Niebla, mejor conocido como “El quebradizo” (por aquello de que se quiebra cada tres días por las crudas), volvía a sacar otro billete de 1000 pesotes, ora en la cantina. Era éste su último billete. Los dos mil pesos eran su pago mensual por acarrear sacos de cemento. Los presentes —compadres, compadritos y compadrotes– empezaron a lanzar extraños ruidos guturales de asombro y exaltación. Por estos lares ver un billete de tan alta denominación era un acontecimiento, un verdadero milagro. Pasó de mano en mano. Después de la euforia, justo en el momento que regresaba a manos de su dueño, entró María, la mujer de Niebla, con dos niños mocosos de la mano. Lloriqueaban, según la madre de puritita hambre. Gritos, empujones y un manotazo —y un billete viejo de 50 pesos— sacaron a la mujer de Niebla de la cantina.
Cuatro rondas pagadas por “El quebradizo” pusieron fin a la sesión etílica del miércoles. Con paso rasposo, Santiago se dirigió a su casa. Media cuadra antes de su destino, un vivales le salió al paso.
—Qué mi buen, muy riquillo con tu billetito. Muy en la prosperidá de la economía del país, ¿no? Sácalo. Si no aquí te quedas tieso mi buen.
Antes de una respuesta, un puñete en la mejilla izquierda y un derechazo al hígado, pusieron por suelo el quebrantado cuerpo de Santiago. Un movimiento rápido le sacó la billetera. El vivales sacó el reluciente billetote de 1000 pesos. Y cantando “la mesa que más aplauda, le mando, le mando, le mando la niña, za, za, za, yacuza, za, za...” se alejó feliz y campeante. Mientras tanto, María y sus dos mocosientos chamacos comían en el mercado un par de tortas de tamal con su reverendo chesco. Con los 20 pesos sobrantes, María compró 1 kilo de frijol y ½ kilo de arroz, el resto lo destinó para comprar unos chilitos verdes. —Pa la semana, con esto comemos—, pensó para sus adentros.

Colofón
Ñáñaras, ñáñaras, mi estimado Señor Presidente, le tenemos a la pobreza, al mal gobierno, a la tibieza de mando con el que usted ha venido gobernando este país. Sí, ya es rumor popular que a “grandes expectativas, grandes decepciones”. Pero usted prometió cambios en el rumbo del país que aspiraban a ser paradigmáticos. Una economía eficiente, más fuentes de trabajo, un acuerdo migratorio más justo para nuestros compatriotas mexicanos, esclarecimiento del caso de las muertas de Juárez, sólo por citar algunos. En breve, suponíamos que iba a GOBERNAR. Así que de ñáñaras a ñáñaras, entre las de usted y las que nos provocan sus cuatro años de mandato —esas que de verdad se sienten y provocan piel de gallina— las nuestras salen ganando.

* Inspirado en la respuesta de Vicente Fox “Se sienten ñáñaras” a una niña que le preguntó “¿Qué se siente ser presidente?”. Enero de 2003.

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