Después de un maldito día en el tráfico
Escribir desde la ciudad, habitándola, escondiéndose en ella o explorándola. Escribir poemas que no hablan de ella pero que, sin embargo, están cargados de su complejidad. Derramarse en sus calles pero evitando llegar a sus lindes. Estar en quietud ante su realidad envertigada (bien decía Kierkegaard “Reaccionar en la angustia o ante ella es el infierno”). Habitar sus fabulaciones, su cerco, su acantilado y su fosa común. Estar encadenado a su jardín, a sus leones, a su voracidad. Agradeciendo siempre sus cortes, su humana intimidad con los despojados (que somos todos), su estilete oficiando sobre la cabeza.
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Saludos....