Breve aplogía del chisme (o de cómo el cotilleo libera toxinas en pro de la salud personal)

Quienquiera que sea, en cualquier lugar del orbe, ha caído, en algún momento de su vida, en la tempestiva y violenta seducción del chismorreo. Hablar de los otros es también reconocerlos, hacerlos sujetos más que carnales, simbólicos. Cuando se habla de alguien, estrujando la noticia o anécdota hasta llevarla a límites incluso insospechados, se detona una manifestación de afecto, sea ésta de seducción o repulsión. Inocuos o febriles, los chismes corren como moneda de cambio de primera mano o de una muy manoseada. Se habla de los otros y uno escucha atento. Queremos saberlo todo, queremos que nos descifren a pinceladas y trazos el porqué de los sucesos cometidos. La prudencia y el guardar secretos son una virtud poco conocida por la mayoría. El chisme es un clásico juego de idas y venidas. Pero el chisme tiene sus virtudes, sus aristas que lo hacen una forma de entretenimiento social, de laxitud existencial y que permite el cotilleo, la risa y la distensión espiritual.

Quien niegue que más de una vez ha caído en las trampas de echarle un vistazo al “Hola” o a cualquier otra revista de este género, miente, miente impúdicamente. No hay salida alguna para no haberse visto frente a frente con una publicación de dicha índole. Las revistas del corazón ocupan un primerísimo lugar en las salas de espera de los consultorios, en la casa de las mamás y abuelitas, en las filas de los supermercados, en los baños de varios y varias amistades. La cuestión es que son como plaga, parecería que su objetualidad es omnipresente. Basta mirar, también, cualquier estanquillo de prensa para advertir la cantidad de títulos de revistas dedicadas a “asuntos del corazón” que no son otra cosa que los contenedores de una necesidad social y colectiva de empaparse de la vida de los otros, de aquellos que, creemos, tienen una vida “especial”. Tampoco olvidemos las múltiples ocasiones en las cuales, al asistir a cualquier reunión o evento social, irrumpimos en uno de esos grupitos que se aíslan en el rincón más alejado sólo para enterarnos que Juan, sí aquel todo virtud y sabiduría, ha dejado a su encantadora esposa, después de 15 años de “felicidad absoluta” para darse una escapada por París con cierta joven mozuela de 19 primaveras. O cuando en una cena comienzan a hablar de Hernández, sí Hernández, ese tan buen funcionario, honesto, capaz, prócer de la patria, que huyo del país con un fraude a cuestas de 2 milloncitos de pesos y que se los llevo sin que nadie se diera cuenta... Ya no hablemos de los multicoloridos, excesivos, etílicos y verdaderamente destornilladores de risa chismes sobre cierto literato que gastó su último premio entre un table dance y las muchas borracheras donde él pagó cada una y hasta el último céntimo de las cuentas. La cosa es fácil, nos encanta el chisme porque así nos sabemos parte del mundo que nos rodea. Los chismes nos hacen participes de realidades ajenas a nosotros pero que nos son compartidas para volvernos un poco testigos, un poco cómplices.

El Chisme, sí con mayúscula, para difundirlo es también un arte, no cualquiera tiene la credibilidad, y las agallas, para andar por el mundo soltando prendas ajenas para ponerlas en la lavandería de los comunes y mortales. Por ejemplo, la revista “Hola” guarda una línea editorial donde lo importante es ser una ventana de sucesos, no hace críticas ni lanza pullas, ni es amarillista, sólo expone a los personajes y sus vidas. Otras revistas optan por el sensacionalismo, por el cotilleo frívolo y vacuo y expone a los ahí nombrados en sus desgracias y caídas humanas. Nada más desalentador para ejercer los verdaderos fines del chisme. Porque el chisme es un ejercicio de inclusión, un ejercicio que es importante por su capacidad de ir tomando la temperatura de los sucesos y las personas. Aunque siempre es prudente escuchar varias versiones de los hechos. El chisme corrosivo y mala leche siempre termina ejecutando a su propagador. La verdad cae bajo su propio peso, tarde o temprano.

Es una dicha ver cómo el chisme real, auténtico, de origen, desenmascara al usurpador de los hechos. Pero el chisme que es contado para divertimento y apropiación de lo Otro, tiene otros fines, casi rayando en lo terapéutico. Queremos saber qué ha pasado, ponernos al corriente de quién, cómo, a qué hora ha sido, y si accedemos a varias fuentes terminaremos haciendo un bosquejo con las partes. Saber de los otros es también ponernos en contacto con nuestros deseos, miedos, angustias, etcétera. Al oír un chisme proyectamos en ellos nuestros propios deseos (ay, cómo me gustaría haber sido yo la que se hubiera atrevido a dejar al marido para irme con Santiago...) y nuestra moralina más recalcitrante (pero cómo, es una loca perdida, dejarlo todo para irse con Santiago...), lo cual hace de este ejercicio chismorréico un buen momento para detenerse y hacer un análisis de autoconomiento.

El chisme funciona socialmente por que es una ventana a las vidas ajenas y, al mismo tiempo, a la auto observación. Sirve como catalizador de los problemas que nos aquejan y pone de manifiesto la necesidad de sentirse involucrado con los demás. Distiende la conversación y da paso a un grado de intimidad que nos permite sentirnos, incluso, hasta un poco más cómodos. Cuando el chisme surge de la buena intención, del paso sólo para divertirse y comentar el último punto, sobreviene un encuentro: sabemos que está ocurriendo y cómo y nos hacemos o no partidarios del ente sujeto al chisme. Estamos estableciendo una forma de conocimiento y entendimiento. El chisme, pues, es una forma de descubrimiento y asombro, una puerta que conduce a la disección de la condición humana en su más alto rango y, también, en sus más bajos fondos.

Comentarios

Obed S. dijo…
De la charla inocua o el chisme de vecindad se pudiera pasar a la calumnia cruel. Arthur Mee dijo: “En la mayoría de los casos la calumnia que perjudica a alguien, y que puede arruinarlo, empieza con la charla, la charla que tal vez comienza solo debido a mera ociosidad. Es uno de los peores males del mundo, pero por lo general surge de la ignorancia. Es común principalmente entre los que tienen muy poco que hacer y no tienen ningún propósito específico en la vida”.
También es importante señalar ese límite freudianamente húmedo y resbaloso que define la charla, el chisme, la confesión, la crítica, y lo que dice más arriba obeds., la calumnia cruel. Yo creo que no se pueden separar de forma tajante, y quizás haya una sola matriz pero con diferentes grados de énfasis. No es tanto lo que se cuenta sino más bien el cómo: la persona se transforma, asume gestos de una kinésica que lo entrega como un don total: en un verdadero chisme el locutor es más personaje que nunca, sea verdad, sea mentira, una performance de reafirmación en su modulado deseo de poder ser y de poder destruir.
Anónimo dijo…
Hoy he salido con unos amigos, y me he ausentado un momento y cdo vuelvo noto esa sensación, ese rato que el aire está enrarecido, q no se habla y q hay miradas....miradas q dicen mucho......Y entonces te das cuenta, "han estado hablando de mí"....Y qué hacer?? antes esa actuación tan típicamente humana, tan usual y q normalmente sienta tan mal....sobre todo si hablan de ti.....

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