Del mirar y del decir (notas sobre el ensayo contemporáneo en México)

Cuando uno está sujeto a la seducción de lo incisivo, de aquello que agudiza la percepción, el movimiento y lo estático se eclipsan para convertirse en materia prima abierta con escalpelo. El escritor corta, abre, punza y ensaya una promesa y un hecho. Se rastrean las proporciones del pozo para intentar recobrar su esencia. La escritura sobre una obra, sea esta artística o literaria, no es más que un complejo modo de aproximación sobre el suceso experimentado. Una aproximación que, encuentra en la escritura, un modo de apropiación. Apropiación que busca también una conciencia de sí, al devolver en un texto lo que la mirada o el lenguaje dio de sustancia para el espectador o el lector.

Un ejemplo sería escribir un ensayo sobre vinos no sólo basándose en la lectura de un tratado de varietales y las pretendidas características que encontraremos en cada uva (según los expertos) sino en el personal acercamiento y seducción del vino en el paladar del bebedor-escritor. En lugar de decir “potente, cuerpo pleno, tánico, de larga vida” el ensayista apunta y tira: “Este vino musculoso —provocador y revolucionario— despabila las papilas gustativas arrojándolas hacia su propio deseo. Acierta en su estar en la boca gracias a lo que evoca: un primer contacto sensual, la potencia de una lengua que se abre paso en la cavidad bucal, generando esa misteriosa salivación que otorga el gozo.” El autor, entonces, del ensayo, se manifiesta, da existencia a una posibilidad conjeturada desde su propia perspectiva. Es ejercicio de subjetividad, de gustos y disgustos, de juego matemático en lo que se busca es el acercamiento —insisto— incisivo, sobre la cosa.
Un ensayo escrito desde esta perspectiva compartiría con el lector una serie de códigos, digamos de referencia, en casos hasta culteranos que, aunados a su experiencia —que se hace común ya que el escritor surge como persona, como entidad que especula y ensaya y no cómo un especialista (aunque sea experto en su campo de acción)— del sujeto, del Yo sobrepasado por el suceso artístico, establece un punto de encuentro: “de mi experiencia hacia el texto, del texto hacia mi cómplice, el lector”. No a la descripción y sí a la sensación y a la escritura desde la experiencia propia, al ser, vivir, el hecho.

Es importante la eficacia y sentido que abre todo ensayo. ¿Qué función o servicio tiene el que escribe de algo ya establecido, acabado, de una mano ajena al usurpador que pretende mostrar, escarbar el objeto de sus afanes? La distancia entre la creación y su posible deletreador es latente, y en muchos casos, una gran zanja media entre ambos. Lo que el ensayo abre es una incitación hacia el lector de sostener una reflexión, de apertura de observación o de encuentro con los intersticios de un texto u obra de arte. El ensayista dialoga con el lector. Hay, de facto, un cierto carácter conversacional.

Si “El texto es un lenguaje que al usarse se reproduce y se vuelve otro” en palabras de O. Paz, el ensayo es una especulación creativa sobre un hecho creado que, en el caso de un ensayo profundo, es ya obra por sí solo. Los lectores también crean, producen sentido. Suponiendo el hecho de que el ensayo es ya obra por sí mismo, este acercamiento se vuelve un territorio donde no hay tierra firme, todo está por sucederse, y en la lectura de ida y vuelta con el lector, el ensayista otorga también una proyección de su propia personalidad, una dimensión que contribuye a multifacéticos acercamientos con la pieza. El lector “recrea” de otra forma la obra, el ensayo de arte es plena especulación sobre la manifestación artística dada. Cada ensayo dará al lector una posibilidad distinta de acercamiento.

Creo que justamente esa es la gran riqueza de las posibilidades tanto del ensayista como de su posible lector. Ya Taine apuntaba en su Filosofía del arte: “Deja que cada cual tenga libertad para seguir sus particulares predilecciones, a fin de que prefiera lo que es compatible con su temperamento, y estudie con un cuidado muy atento lo que mejor corresponda con sus aptitudes.” Aptitudes y comunión con el objeto narrado, especulado. Cada ensayo es ejercicio del Yo y cada escritor otorga un contexto de experiencia propia, de memoria estética y social, del carácter de aquello que es para devolverlo en una cosa reelaborada y redimensionada por el lenguaje. Por lo tanto, la función del ensayo de arte o de literatura, su reflexión, abre la posibilidad de una nueva mirada sobre lo que tantas veces habíamos creído mirar de cierta manera.

Como los libros fundamentales a los que se vuelve de tanto en tanto, un buen ensayo, se vuelve imprescindible si penetra y se adentra en posibilidades especulativas que encuentran el hallazgo, el fondo mismo de la obra, para iluminarnos con un mapa donde las coordenadas dadas y la geografía anímica, estética y espiritual del artista u obra han sido capturadas abriendo un nuevo pasaje hacia el valor de la obra misma. El ensayista conduce hacia un laberinto en donde cada giro, cada vuelta, es un claro para percibir el estado de las cosas y sus encontradas, exactas, compartidas o antagónicas fabulaciones. Cada ensayo es una fabulación, un fragmento de un complejo juego —siempre desafiante— en donde lo que se descubre es una cierta forma de entender y rehacer el suceso artístico. Ejercicio de ruptura, resistencia y encuentro, el ensayo sobre arte surge como un faro de palabras para ahondar en la indescifrable realidad del artista.

Retomando la función o servicio del ensayo, valdría apuntar las diferencias entre en el ensayo anglosajón, como el de John Berger, más basado en la experiencia, más literario, que el ensayo francés, que parte desde lo ya establecido o argumentativo para desde ahí establecer un código (en este último se parte de citas, de referentes académicos y se genera un tejido de ideologías para crear un discurso). El primero es inductivo, el segundo, deductivo. En México hay una presente y profunda tradición del ensayo francés, retórico y académico, y se sospecha de un ensayo donde la experiencia del individuo es suficiente para demostrar el hecho. Se denosta la especulación de “lo que yo siento frente al mundo”. Sin embargo, el sentido intuitivo del ensayo anglosajón abre una fresca vía hacia el conocimiento de las cosas. Lecturas y experiencia se entrelazan para crear un ensayo donde se rescata el espíritu de los tiempos, se comparte lo leído y vivido con el lector abriendo —insistiré— un espacio común de complicidad.

El ensayo es un ejercicio de complicidad. Por tanto, la función del ensayo actual, propongo, podría ser el de recorrer un camino y abrir una brecha para revelar un discurso significante entre dos cosas que aparentemente no tienen unión entre sí, como relacionar la gastronomía con el placer estético. En ese caso, el ensayo deconstructivo —partículas del decir, aproximaciones desde lo mínimo para llegar a las partes— abre la posibilidad de asumir la “coseidad” última de la pieza de arte o la obra literaria. Es un ejercicio de mediación entre el hacer visual o poético, lo adjetivo, con lo que significa la materia de lo pictórico o de la poesía, lo sustantivo.

En su concepto de post producción, el teórico francés, Nicolas Borriaud, sostiene que la obra produce un sentido o discurso pero que, para ser entendido por sus interlocutores, se debe establecer un sentido, es decir, el espectador deberá generar una nueva dimensión o lectura de sentido. Este sistema de “post producción” lo genera el ensayista. El lector amplia y personaliza las claves o códigos. No hay lectura cerrada, hay post producción de sentido. El ensayista contemporáneo crea un disentido que hace participar al lector de un mundo de especulaciones, de “fabulaciones”. La creatividad es el elemento decorativo de la ciencia y la tecnología, pero es la esencia del arte, y el ensayista en su experimentación y fragmentación conceptual abre un espacio de convivencia donde obra, percepción, discursos propios y afinidad con el lector constituyen un nuevo territorio.

El centro es siempre un territorio improbable pero en sus márgenes se constituye la posibilidad de acertar. Y todo ensayo, como toda mirada o lectura, no es teoría es hipótesis, es especulación creativa.

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