El hombre pulverizado (notas sobre habitar en ciudad de México)

I
La ciudad es suma, absorción mundana de voces y creencias, diálogo y, paradójicamente, es la posibilidad del desmenuzamiento, de la herida y del no-ser, del silencio. Uno puede estar dentro de una ciudad sin implicarse en ella. Las ciudades se abren o no a quienes las visitan o las viven. Las ciudades envuelven o despojan, permiten cohabitar o arrinconan. La ciudad de México es una ciudad embudo, casi nadie puede salirse permanentemente de ella. Una vez que se es afecto a su caos, a su monstruosidad, a su violencia, uno se deja mecer por su sosegada convulsión cotidiana.
Luego viene el desencanto, la pulverización. Cuando el centro se mueve de lugar desaparece de los ojos del espectador, los otros se salen de cuadro y lo que era tangible se vuelve soluble. Las grandes urbes han hecho desaparecer las colectividades para dar paso a una esfera de individualidades. Hoy se indaga más sobre el contexto desde los espacios finitos (la casa, la celda) que desde la muchedumbre (la plaza, los espacios públicos). El artista ha retornado a la orfandad, ha vuelto al comienzo. Dado que ya no existe un canon único su poder yace en su capacidad de individualizarse y al mismo tiempo de crear nuevos mapas para caminos que deberán ser construidos desde una óptica revitalizada. La ciudad, mientras tanto, está eclipsada.
Si la ciudad condena al desencanto, el autor -ya sin centro, con una escritura que surge del polvo- es un solitario que se mueve entre grietas, que encuentra vida y movimiento en lo inhabitable -los escombros- para desde ahí encontrar memoria de lo sido y capacidad de mirada para lo que es. Como toda verdad, es decir, antinómica, es desde la posibilidad de lo destruido y de la negación desde donde el creador genera reconciliación y crea un nuevo pensamiento, un nuevo orden que tiene como basa su propia angustia y desesperación. Ante la inminencia del mal y la violencia, la ciudad propicia al individuo a sumergirse en una conciencia trágica. En este sentido, la ciudad de México es como la pintura de Francisco de Goya y Lucientes, Saturno, donde el dios devora a uno de sus hijos. Pero hay que recordar que esos hijos no mueren, son tragados y en las entrañas gestan el principio del orden que surgirá.

II
Escribir desde la ciudad, en la ciudad, habitándola, escondiéndose en ella o explorándola. Escribir poemas que no hablan de ella pero que, sin embargo, están cargados de su complejidad. Derramarse en sus calles pero evitando llegar a sus lindes. Estar en quietud ante su realidad envertigada (bien decía Kierkegaard “Reaccionar en la angustia o ante ella es el infierno”). Habitar sus fabulaciones, su cerco, su acantilado y su fosa común. Estar encadenado a su jardín, a sus leones, a su voracidad. Agradeciendo siempre sus cortes, su humana intimidad con los despojados (que somos todos), su estilete oficiando sobre la cabeza.

III
La ciudad de México está construida por una multiplicidad de atmósferas (que se traducen en música, gestos e imágenes) en ocasiones contrapuestas, en otras más casi surrealistas. Tal dimensión polifónica puede derivar en una postura de toma de distancia. Es tan insaciable, grande e inacabable que, ante su maremagnum –y sobre todo ante la falta de encontrar el centro en sus intrincadas raíces-, el autor se sumerge en sí. La norma es la distancia sobre el otro. La ciudad es un frente de batalla donde la herida es destinal. Los otros son un surco peligroso en el cual adentrarse.
La mirada ya no se coloca sobre sus estructuras, edificios o la relación entre ella y uno mismo, ahora la mirada se ha volcado sobre sus entrañas: la ciudad es dimensionada en su interlineado, en las relaciones que produce o induce entre los sujetos que la habitan. Es en el entramado de su mecanismo donde nos vemos. Así como el poema es un ente orgánico en donde la fricción entre sus goznes o partes es lo que lo hace permanecer vital, latente, así la ciudad nos otorga dimensión para escucharnos y mirarnos. En el poema resuenan los ritmos y la materia de la ciudad aunque no se hable de ella. El poeta lo sabe, la ciudad despierta en sus habitantes su propia capacidad de decir. Por ello, en la amalgama del poema también radican los estratos álmicos de los pobladores de la urbe, porque el escritor es un escucha y sabe asirse al diálogo silencioso de la ciudad y sus habitantes así como al misceláneo canto de los sobrevivientes. La ciudad de México es la perfecta perspectiva de un lugar en dilatación continúa, será por ello que algunos autores en su búsqueda de pausa (y con el sadomasoquista deseo de ser el funámbulo que cae de la cuerda) hacen de esta ciudad su frasco de conserva.

Comentarios

La-Roc dijo…
Saludos Tocaya!

Luego con calma me vuelvo a pasar para leer más de tu blog


Saludos desde Puerto Rico
La-Roc dijo…
Saludos Tocaya!

Luego con calma me vuelvo a pasar para leer más de tu blog


Saludos desde Puerto Rico
nacho dijo…
La ciudad de los tiranos

Aldea en el diván
de un terapeuta ciego
estuche de candores hacinados
vagón de entuertos
tu sonido es un murmullo
de inocencias
que mueren encendidas
en la burla olímpica
de los tiranos.

Los tiranos se tutean
en cada código postal
en la estación de policía
en la Delegación huérfana de
héroes
en los altos subterfugios
Los Pinos,
en cada candidato.

Lamento tu demografía
y tus estamentos
tu burocracia
y tu indulgencia menesterosa.
Paul Medrano dijo…
Excelente, en verdad excelente

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