Vanitas*
No es mi alma la que peca en la construcción de este jardín. No puedo evitar la devoción a la belleza, por fatua e irregular que ésta sea. Sueño parterres floridos en esta esquina de vida. No veré nunca los límites del Gihón, el Hiddequel, el Éufrates o el Pisón. Pero he comido de una fruta que me hace padecer deseo de Edén. Quiero un huerto y una viña, un vergel sin rejas con perales dorados y fastuosas vides. Y una palabra en cada columna que sostenga al Templo que convoca al verano eterno. Deseo cerca de mis huesos ondas de olores que salpiquen la memoria. Tanto derroche de naturaleza, se me dirá, es pura vanidad ¿pero no es acaso la opulencia el único halito decente que permite un descanso ante el paso hacia la muerte? Vanidad de belleza, esa es mi falta.
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Exponerse, desnudar la euforia y las tinieblas, creencia de que el milagro es descubrir, de pronto, en lo insólito de lo cotidiano, que el amor propio al descubierto es la vanidad perfecta.
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Todas las causas de la vanidad se reducen a la deformidad del alma humana pero sin esas deformidades no habría cabida para el lenguaje, ni para la belleza.
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Dicen que la soledad cura la profunda vanidad del hombre, yo conjuro que ésta, como la humildad falsa, son la vanidad en su cara más temible.
*Fragmentos del libro objeto Vanitas, especialmente realizado para los miembros de Docena.
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