El aposento de la palabra

Aquí, en el verdadero aposento de la palabra, la poesía y lo poético del ser hombre, ente franqueado por la muerte, toman su verdadera razón. Entre el goteo de la orina, una lectora va y viene con la mirada, rítmicamente al compás de la descarga dorada, y atraviesa sin premura “el amor amoroso/ de las parejas pares;/ noviazgo de muchachas/ frescas y humildes, como humildes coles,/ y que la mano dan por el postigo/ a la luz de dramáticos faroles;/ alguna señorita/ que canta en algún piano/ alguna vieja aria;/ el gendarme que pita…/ …Y una íntima tristeza reaccionaria.”, (Ramón López Velarde dixit). Y así, entre el rayo que apenas declina su mirada por el resquicio del vidrio y el sonoro canto de la ducha, un lector, un enamorado lector de la palabra, puja breve, discretamente, acompasado por el canoro canto de los flatos, para encontrar su espejo en un verso, una línea, la apenas frase insostenible de una historia matutina que lo acompaña y lo cobija en este baño que es su casa, su refugio, su habitual reino.
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Un abrazo.